“Dóciles al prejuicio inveterado de que hablando nos entendemos, decimos y escuchamos tan de buena fe que acabamos muchas veces por malentendernos mucho más que si, mudos, procurásemos adivinarnos.”
Ortega y Gasset. [La rebelión de las masas]
La palabra... cada día me parece que tiene menos sentido en sí misma. Al menos en la comunicación cotidiana.
Estos días están haciendo en el MACBA (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona), una exposición que tiene por título “El mal de la escritura”. Curiosamente, la visita a la exposición ha coincidido con la lectura de dos artículos sobre la influencia del postmodernismo en la ciencia. También con el contacto de enfoques un tanto inusuales de acercarse al estudio de los fenómenos de la vida. Como es el uso de simulaciones. En fin, sin entrar en más detalles ni disgregarme.
La cuestión es que ciertos textos de la exposición, artísticos, tenían un aspecto "demasiado" creible...
En fin... quiero decir, si después del vino del modernismo que embriagó a la gente de esperanza (que despues nos llevó al horror, como profetizaba Goya -pese a que el grabado puede interpretarse tanto como exceso de "ciencia" como ausencia de la misma-), la resaca del postmodernismo nos sumió en el nihilismo. Tal vez, el despertar a un nuevo modernismo, una postrimería de lo último, en su doble negación nos lleve a algo parecido al original. Y puede que el sentimiento de esa época no sea ni la esperanza, ni el nihilismo, sino una especie de perplejidad... ¿o no?
De adolescente, como todo el mundo, hice mis colecciones de insectos. Llevado por ese clásico espíritu naturalista. Me limité a coleópteros, y por su limitado número, a mantoideos. A los demás, pobres insectos, los dejé en paz.
Creo recordar, que en la península ibérica había 11 especies de mantis. De las que encontré 4.
Hace un par de días, reencontré la 3ª con la que me tropecé (casi ninfa). Y no, no terminó en un bote de naftalina (ni en uno con el fondo de yeso embebido en gasolina siquiera –extraordinaria solución que encontré en un manual de los años 20, editado por el Museo de Zoología de Barcelona, ya que el típico bote de “matar insectos” requería utilizar venenos peligrosos-).
Paradójicamente, el ejemplar de la foto, fue salvado de una muerte segura, precisamente, por que alguno de su especie murió en el proceso de ser conocido por su salvador.
En fin... por cierto, este es el año de la biodiversidad.