Catarsis.

Te abrí mi corazón esperando el afecto que prometías. Sólo un poco. Te abrí mi corazón y escupiste en él, lo despreciaste. Tu mano, que llamo a su puerta largos meses, le tiró un puñado de estiércol cuando se abrió.

Mi corazón, sensible, descarnado y honesto, se retuerce palpitante ante tu desprecio, ante la insensibilidad de la que se pretende amada. Como un caracol al que crueles niños tiran granitos de sal; así mi corazón espúmea de dolor.

Como el barro en una herida, como una broma insensata al desconsolado hermano de un muerto, así, así son tus besos.

Eres como la muchacha que despelleja al conejo aun palpitante. Que bromea con una amiga mientras arranca los párpados de los ojos, los labios de la boca. Totalmente cruel, totalmente ignorante.

Muchacha cruel, muchacha insensible, muchacha insensata, muchacha de Montbrió.

Pozo de aguas que alimenta mis angustias secas, que las hace reverdecer. Tormento amoroso, tenazas, tijeras, hierro al rojo que quema y corta mi carne.

Muchacha monstruosa que pisas la mano del mendigo, que ríes a carcajadas en el cementerio, que empujas al ciego, que insultas al sordo, siempre ignorante del dolor que causas.

Tú que obligas al mutilado a mirar su mano cortada. Tú que le recuerdas al preso su hogar, al extranjero su patria.

Tú que cazas mi corazón con anzuelos, que lo levantas a peso; desgarrándolo. Que juegas con él del mismo modo que el tonto de un pueblo se divierte arrancándole las patas a una rana. Sin mala fe, sin sentido, sin conciencia.

Mi corazón, llora, se retuerce, se angustia, ensartado por tu insensatez, que ni lo mata ni lo suelta. Atado a tu mano va como un perro mi corazón, con la lengua seca, con las patas rotas, con la piel lacerada. Tú eres la muchacha a la que le molestan los gemidos del perro que tortura. Eso sí, sin mala intención, monstruosamente cruel, asombrosamente necia.

Nota.

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