Y la oscuridad.
Ya en oscuridad, sin el crepitar de la carne consumiéndose,
un silencio sólo roto por ese latido constante: tum-tum, tum-tum, tum-tum.
De pronto, una desincronía.
Un latido se demora un segundo, y algo oculto emerge al oído atento.
Hay un segundo latido detrás.
No es un corazón, son dos que, acompasados, parecen uno.
Que se inflaman y que se queman juntos.
Que lo que a uno calcina, al otro lo abrasa.
Palpitan solos, doloridos, agotados por la inclemencia del fuego y del frío que le sigue. Pero de un modo extraño e inexplicable, palpitan juntos.
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