En la época moderna, la Ciencia llego a ser vista como el instrumento que permitiera al hombre llegar a la comprensión del mundo por medio de un pensamiento artificial, por un método formal de razonamiento. Si bien, actualmente somos unos desdichados postmodernos, a los que las promesas de las Luces no nos convencen, y que de hecho, ni siquiera nos sirven para consolarnos (autoengañarnos). Rencorosos; vemos a la ciencia como algo que no nos ha salvado y cuya áurea de infalibilidad pierde su “dorado”(véase P. Feyerabend). Pero, pero, pero... No hemos de culpar a un método epistemológico de los deseos mesiánicos de los que lo utilizan y ejercitan en él. La ciencia, en su sentido más duro, ha sido y es, un fantástico y limitado sistema para hacer modelos de la realidad que nos ayudan a controlar y predecir acontecimientos.
A nuestra sobria y espartana ciencia moderna, en su caminar, le salieron muchos pretendientes. Prácticamente todas las disciplinas intelectuales apuntaron su nombre al lado del de ella. Y no hay modo de hacer “todo” ciencia sin pervertirla y desvirtuarla. Los métodos estadísticos, explicativos o la natural descripción de ciertos acontecimientos han tenido que ser elevados al rango de la ciencia que cocinaban Newton, Galileo o Pavlov (por poner ejemplos arbitrarios de cocineros serios del menú científico). Como ustedes sabrán, estos métodos no permiten establecer causalidad, y por tanto nos alejan un poco (sólo un poco) de la producción de modelos comprensibles del universo.
Mucha de la argumentación científica se resuelve sobre el papel. Es decir; gracias a los argumentos lógico,s se ahorran los científicos mucha experimentación costosa y estéril. Aunque, parece que en nuestro momento histórico gustamos de argumentos dóciles y manipulables (no por pereza, sino por desencanto o similar). La argumentación sólida por ejemplos que ponen en aprietos los esquemas paradigmáticos, suelen ser recogidos con cierto desagrado. La argumentación socrática, que presentaba una idea que debía ser atacada, la cual mostraba su calidad en virtud a lo capaz que fuera de resistir estos ataques (una especie de “Ignis Aurum Probat” -El oro es probado por el fuego-). Era una idea con la cual también comulgaba A. Einstein, como recoge su frase “ Mil experimentos no me dan la razón , pero uno sólo puede demostrarme que estoy equivocado” (parafraseado), y son ideas que parecen un poco trasnochadas.
Por utilizar un ejemplo próximo: afirmar que el corazón o el cerebro son órganos vitales porqué si los paras; el sujeto muere, puede ser casi considerado como una idea bizarra, un contrapunto demasiado extremo sobre algo que podría ser relativizado (y de hecho es cierto que podríamos afirmar que lo vital no está en el órgano sino en el sistema o en el tejido. Y saliendo por peteneras hacer reconocer al animalejo de pretensiones raciónales que no está tan clara la cosa). O otro ejemplo, más propio de una conversación de bar; el invalidar el argumento popular de la bondad intrínseca del hombre con la prontitud con que se comenten fechorías en tiempos de conflicto armado. O Contrariamente, contestar la afirmación de la maldad intrínseca y general humana citando a Gandi.
Si bien es cierto, y para expiar mi dogmatismo, que los datos experimentales o razonamientos marginales, llaméeseles extremos, bizarros o como-se-quiera, sirven para señalar deficiencias en las teorías y modelos, o dicho más poéticamente; tal vez como una chispa que vuelva a prender los restos de una llama apagada. Pero no para trabajar con ellos y fabricar un mejor tipo de tuerca o curar una enfermedad.
Dedicado a L.O
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