El hombre que no escucha.
Pese a que Bogart, con su cigarrillo en la mano, su cara de póquer y su indiferencia irreducible, nos parece ahora el clásico modelo de galán. Inicio su carrera cinematográfica , en parte, por no encajar con el ideal de hermosura masculina.
Expulsado de la universidad de Yale, en donde estudiaba medicina, y excombatiente de la I Guerra Mundial. Tenia una herida en la boca que afectaba su manera de hablar, consecuencia de un ataque con torpedos al barco en donde presto servicio militar.
En las películas antes comentadas, a Bogart, no le importa mucho el estado emocional de los otros personajes (Yo diría que es “resistente” a ellos). Cuando un cliente le contrata e informa del trabajo a realizar o cuando interroga a un sospechoso; única y exclusivamente saca conclusiones de las relaciones lógicas entre los hechos. Por otro lado el resto de personajes, incluso el asesino, más acorralado, no se deja llevar por la embriaguez de las emociones, sino que actúan siguiendo el principio de máxima conveniencia a “rajatabla”.
Sorprende ver como aparentemente es seducido por actrices como Lauren Bacall, para que en el último momento, le diga -¡Así que las llaves las tenia el portero! Y vuelva a adoptar su pose petrificada (la Bacall, se ofende y se va, claro).
Estas ausencias de emociones y estos extraños comportamientos, es lo que me ha chocado al ver estas antiguas películas de cine negro. En ellas, Bogart, actúa como lo haría un hombre moderno dentro de un grupo de simios del zoológico, que se dedican a mentir sistemáticamente y a manipular a los demás desplegando todo un arsenal de emociones (tal vez tendrían que ver alguna de estas películas para que entiendan a que me refiero, de lo contrario no tiene mucha gracia este “post”. -Bueno, como la mayoría de los que escribo-).
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